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martes, 13 de diciembre de 2011

Vestid@s de rigurosa etiqueta

Hace un par de semanas, mi amiga Jennifer me enviaba un correo electrónico. El asunto era: “Piedad!!!”, y comenzaba su mensaje con la siguiente reflexión:


 “Es increíble la cantidad de etiquetas que se le pueden poner a una sola persona!!! Como se sabe quién es una terrícola, de la generación X, signo Géminis con ascendente piscis, con energía predominante Yang, en el horóscopo Chino es Tigre, con los elementos Montaña – Metal –Metal en el Ki de las nueve estrellas, venezolana, caraqueña, “católica” no practicante, heterosexual, diplomada en empresariales, hija de padres hetero (casados todavía), inmigrante, blanca, con sobrepeso, características: físicas, fisiológicas y psicológicas catalogables… y así hasta cosas que ni me imagino!!! Será que toda esa mierda me define? Yo es que no estoy tan segura. Qué pasa con el aquí ahora? Es como si fuéramos productos industriales etiquetados por lotes!!! Cuantos juicios, cuantas verificaciones para hacer catalogaciones sin verte a los ojos y sentirte. Dios que miedo me da pensar que a veces pueda ser así!!!”


Me consta que no es mi amiga la única que ha entrado en colapso alguna vez tras parase a pensar y tratar de bucear en el espeso mar de las etiquetas. Estoy segura de que existen infinidad de razones biológicas, psicológicas, emocionales, genéticas, entre otras, por las que el ser humano necesita definirse y definir su entorno. Hay razones de sentido común que nos llevan a clasificar, estructurar, concretar, delimitar… simplificar, en definitiva.


Supongo que es más digerible la realidad cuando la fragmentamos en pequeños trozos. Sin embargo, como suele pasar, la línea entre sentido común y estupidez puede ser bastante fina y, al menor descuido, podemos vernos inmersos en el laberinto de las infinitas etiquetas absurdas. Sobretodo es estúpido e infructuoso tratar de simplificar lo que es, por naturaleza, complejo. Y ahí entra el ser humano. Si nos pasamos con las definiciones, nos limitamos. Cuántas veces al día podemos escuchar frases como: “Yo soy así”. Nos aferramos a cuatro conceptos mal puestos para sobrevivir en una sociedad que a veces parece ser un gigantesco archivo en el cual debes encajar forzosamente porque sino, corres el riesgo de que te metan en la caja de los “Expedientes X”.


Etiquetar, juzgar y prejuzgar es algo que en mayor o menos medida hacemos todos. Es un constructivo ejercicio reconocerlo y reconocer también que nos asusta y nos desconcierta lo que no podemos colocar en algún fichero de nuestro sistema de creencias.


Por otro lado, me asombran esas personas que muestran una tremenda capacidad para definirse: tienen clarísimo su estilo, su color favorito, su comida favorita, su ciudad ideal, su canción, su película, su libro, su perfume, su frase… Le hacen sentir a una como un eterno boceto de algo indefinido y borroso. Yo soy de las que abren el armario cada mañana y contemplan un rato la ropa pensando en las posibles fatales consecuencias de lo que elija de allí dentro: lo que para unos es una camiseta especial porque alguien se la compró en un mercadillo en La India, para otros puede ser la “prueba” de que el portador de tal prenda es un amante de la “New Age” y a partir de ahí se pueden llegar a sacar las conclusiones más disparatadas.


A algunos nos cuesta mucho definirnos y ahora empiezo a comprenderlo, aceptarlo y a alegrarme por ello. Una vez lo intenté y dije que yo era indefinida, dispersa y compleja…pero entonces me di cuenta de que más bien era contradictoria porque me acababa de definir, de manera concreta y simple.


Definir, al fin y al cabo significa “poner fin”, delimitar… ¡y cómo va a ser fácil cuando somos inmensamente ilimitados! Nos iría mucho mejor como sociedad si cambiáramos las etiquetas sexuales, sociales, geográficas o psicológicas por otras más universales como: ¿personas? ¿Seres humanos? Sí, definitivamente nos iría mejor si utilizáramos esos términos en lugar de definirnos por nuestro sexo, raza, nacionalidad, profesión o por el número de amigos que tenemos en el Facebook.

No sé muy bien porqué, pero aprendí muy temprano que, cuando dejamos atrás los prejuicios, las personas nos sorprenden: descubrimos facetas increíbles y nos revelan lecciones que son imposibles de aprender cuando la mente tiene las puertas cerradas por un sistema de creencias rancio y obsoleto. Así, descubres que el señor que te sirve el café por las mañanas en la cafetería de siempre es un genio dibujando a lápiz; descubres que tu fisioterapeuta toca el bajo en un grupo de pop-rock o que la madre de la compañera de cole de tu hijo hace el mejor brownie que has probado nunca.


Etiquetar no es ni “bueno” ni “malo”. Es más, en esta realidad tridimensional, necesitamos etiquetar, estructurar, clasificar y catalogar, entre otras cosas, porque necesitamos un orden, incluso dentro del caos. El problema no creo que sea etiquetar sino cómo etiquetamos y qué consecuencias se derivan de nuestras etiquetas. Y no se me ocurre mejor ejemplo que este vídeo. Sobran más palabras: